Recuperando la Gloria de la Navidad

LA NAVIDAD LLEGA AÑO TRAS AÑO. INCLUSO EN NUESTRA CULTURA SECULARIZADA Y POSTCRISTIANA, NUESTRA SOCIEDAD NO PUEDE ESCAPAR DE LA NAVIDAD. ESTA TEMPORADA SOLO EXISTE PORQUE DIOS EN CRISTO VINO AL MUNDO PARA SALVAR A LOS PECADORES.

La NAVIDAD llega año tras año. Incluso en nuestra cultura secularizada y postcristiana, nuestra sociedad no puede escapar de la Navidad. Esta temporada solo existe porque Dios en Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores. Sin embargo, tanto creyentes como no creyentes la celebran cada año, dedicando enormes cantidades de tiempo, dinero y energía a un solo día del mes de diciembre. Si recorres tu vecindario en una noche de diciembre, probablemente encontrarás numerosas casas decoradas con luces y árboles brillantes exhibidos frente a las ventanas. Pero, ¿cuántos de tus vecinos entienden lo que están celebrando? Nos dicen “Feliz Navidad” mientras vamos de tienda en tienda, pero ¿comprende el barista o el cajero el significado de la palabra Navidad y por qué debemos alegrarnos por ella? Más desconcertante aún es esto: ¿Cuántos cristianos comprenden la gloria incalculable de esta temporada?

Nuestra sociedad secularizada puede sutilmente alejar a los cristianos de la fidelidad bíblica en innumerables temas. De hecho, la orden y advertencia del apóstol Pablo en Romanos 12:2 muestra lo fácilmente que las costumbres circundantes, incluso las paganas, podrían desviar el compromiso cristiano con Dios: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por la renovación de vuestra mente, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. Los cristianos, en otras palabras, conformarán sus corazones y mentes hacia la piedad o la impiedad, y esto incluye el peligro de dejar que la temporada navideña pase sin ver y saborear las verdades que Dios nos ha revelado.

La era moderna es seductora, y aun los cristianos son tentados a perder la gloria imperecedera de la Navidad al celebrar el nacimiento de nuestro propio Salvador. En resumen, nuestra cultura ha escandalizado la Navidad. El materialismo ha reemplazado al Mesías, y Santa Claus ha eclipsado al Salvador. Los regalos perfectamente envueltos colocados bajo los árboles desvían los afectos de hombres y mujeres, jóvenes y viejos, de algo mucho más espectacular y gozoso. Hemos comercializado la Navidad, y los cristianos pueden, lamentablemente, capitular ante la espiral descendente de confusión que distorsiona el mensaje navideño.

Sin embargo, la Biblia no deja lugar a la confusión. La Palabra infalible e inerrante de Dios no nos permite intercambiar la gloria del Dios incomparable por la gloria de las cosas creadas. De hecho, en cuanto a la Navidad, las Escrituras convocan al mundo a venir y contemplar una maravillosa y gloriosa demostración del amor inconmensurable de Dios por el mundo. Dios reveló en su Palabra la venida de su amado Hijo: la encarnación de Dios en Cristo, quien vino a habitar entre nosotros. Este Emmanuel, “Dios con nosotros” (Mateo 1:23), irrumpió en un mundo pecador, perdido en la oscura depravación, para arrojar la luz salvadora de la redención. Esta es la gloria de la Navidad.

El profeta Isaías escribió: “El pueblo que andaba en tinieblas
Ha visto gran luz; a los que habitaban en tierra de sombra de muerte, la luz ha resplandecido sobre ellos.” (Isaías 9:2). La Navidad nos recuerda que la luz ha venido y las tinieblas han sido vencidas. Esas palabras de Isaías declaran la venida del Príncipe de Paz y la luz y vida que él traería. De hecho, el Salvador ha venido. La Navidad marca la llegada del único Hijo de Dios, quien vino a disipar las tinieblas, derrotar la muerte y asegurar la vida eterna para el pueblo de Dios. La Navidad, entonces, no solo marca el nacimiento de Jesús en Belén como cumplimiento de la profecía bíblica, sino el amanecer de una nueva era. La Navidad es mucho más que una temporada de campanillas y niños sonrientes. Es el eje de toda la historia. Es la irrupción de la luz en la oscuridad. Es el nacimiento del Señor y Salvador del mundo. La historia se divide en dos, y los pecadores son redimidos por la sangre del Cordero.

La luz siempre ha sido central en la temporada navideña. Las familias colocan luces en los árboles y los padres valientemente suben escaleras para iluminar con luces brillantes y coloridas el perímetro de sus casas. El cálido resplandor de las velas encendidas disipa las tinieblas. La Navidad tiene un sentido de resplandor como temporada de luz. Mientras que las luces de la moderna temporada navideña podrían servir meramente como decoración, el profeta Isaías entendió la luz como un signo de revelación divina. La luz de la Navidad representa la gloriosa revelación de Dios, cuando una joven llamada María dio a luz a la Luz del mundo.

En efecto, en el Evangelio de Juan, el apóstol habló de Jesucristo como la verdadera luz de Dios que iluminaría a todos los hombres. Juan declaró: “En Él estaba la vida, y la vida era la Luz de los hombres. La Luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron.” (Juan 1:4-5). El nacimiento de Jesucristo trajo la inconquistable luz de la majestad divina. Cuando el Hijo eterno de Dios se humilló tomando la forma de siervo, vino con una luz salvadora que levantó el velo del reino de las tinieblas.

La necesidad de esta Luz apunta a la aterradora realidad de las tinieblas. Toda la humanidad vive bajo la negra sombra del pecado y la vergüenza. Las tinieblas que envolvieron al mundo impedían que todos vieran y conocieran a Dios. La oscuridad cayó sobre la creación desde Génesis 3, cuando Adán y Eva, en un acto de alta traición, desobedecieron a Dios y sumieron a la creación y el cosmos bajo la sombra del pecado. Sin embargo, Dios prometió un día de redención. En efecto, en Génesis 3, Dios maldijo a la serpiente, pronunciando: “Pondré enemistad
Entre tú y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; Él te herirá en la cabeza, Y tú lo herirás en el talón” (Génesis 3:15). Desde ese día en adelante, Dios habló continuamente de un día cuando la maldición sería revertida, cuando la luz irrumpiría en las tinieblas, cuando la redención rescataría a las personas de su pecado.

Eso fue lo que sucedió en el nacimiento de Jesús. El nacimiento de Cristo marcó la culminación de todas las promesas de Dios. Dios encarnado había venido como “la verdadera luz que alumbra a todo hombre” (Juan 1:9). Esto marca la gloria de la Navidad.

Nuestra cultura ha entregado la Luz eterna y la encarnación por una temporada navideña vacía del resplandor de la gloria de Dios; y si no tenemos cuidado, los cristianos pueden olvidar las instrucciones de Pablo y dejarse conformar a este mundo. Es imprescindible que el pueblo de Dios se apresure hacia el arrepentimiento, recupere el esplendor de esta temporada y reavive sus afectos con las gloriosas verdades del Adviento. El estribillo de ese himno cristiano, “Venid y Adoradle”, debería servir como el himno de todos los creyentes en esta temporada. Dios, por su gracia, ha derramado su gloriosa luz y ha salvado a su pueblo de las tinieblas de su pecado. El velo ha sido levantado; las tinieblas han retrocedido porque la Luz ha venido.

La Navidad significa adoración y alabanza, y pretendo que este devocional de Adviento sea un llamado a la adoración y la alabanza. Cada día exploraremos las profundidades de la Biblia y sus enseñanzas sobre el Adviento y la Navidad. Meditaremos en todas las riquezas teológicas que Dios ha regalado a su pueblo a través de la Navidad. En efecto, la Navidad convoca al mundo a venir y adorar al Rey Salvador: el Rey exaltado por los ángeles; el Rey que tomó forma humana; el Rey que merece toda la gloria, todo el honor y toda la alabanza.

Venid y adoradle, Cristo el Señor.

Contenido tomado de Recuperando la Gloria de la Navidad por R. Albert Mohler, Jr., ©2024. Usado con permiso de B&H Publishing, un ministerio editorial de LifeWay Christian Resources.