4 cosas que todo pastor necesita saber sobre la duda
QUE HABLEMOS DESPACIO Y ESCUCHEMOS CON CUIDADO, PARA QUE MUCHAS ALMAS SEAN PRESERVADAS POR IGLESIAS QUE PRACTICAN LA PACIFICACIÓN PACIENTE.
“Esto saben, mis amados hermanos: Que cada uno sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para la ira; pues la ira del hombre no obra la justicia de Dios.”
(Santiago 1:19–20, NBLA)
En la Biblia, Tomás suele recibir una mala reputación. Frente a la muerte de Cristo en la cruz y la ausencia de evidencia visible de Su resurrección, el apóstol que antes había estado dispuesto a morir con Él (Juan 11:16), no pudo creer.
Durante una semana entera, este amado seguidor de Cristo permaneció en la oscuridad, y no fue hasta que Jesús regresó al Aposento Alto que pudo creer. Pero cuando finalmente creyó, pronunció uno de los testimonios más poderosos sobre la identidad de Cristo: “¡Señor mío y Dios mío!” (Juan 20:28, NBLA).
1. La fe se basa en evidencia
Hay muchas lecciones que podemos aprender de la fe tardía de Tomás, pero una de las más importantes es que la fe se basa en evidencia. La fe cristiana no es un salto al vacío; está basada en la historia evidente de que Jesús resucitó de entre los muertos, caminó sobre la tierra durante 40 días, y enseñó a Sus discípulos acerca del Reino de Dios (1 Corintios 15:1–8; Hechos 1:1–8).
Durante ese tiempo, Jesús se apareció a más de 500 discípulos al mismo tiempo, antes de ascender al cielo en presencia de Sus seguidores (Hechos 1:9–11).
Respecto a la duda de Tomás, su petición de ver el cuerpo físico de Cristo no niega su fe, sino que asegura que su fe esté correctamente colocada en el Cristo resucitado. Aún hoy, la fe se apoya en el testimonio ocular de la resurrección física de Cristo (1 Juan 1:1–3). Tomás aún no tenía ese testimonio, y por lo tanto, su fe tardía subraya la importancia de ese testimonio visual.
2. La división temporal puede ayudar a los cristianos a escucharse entre sí
Otra lección que podemos extraer de la duda de Tomás es sobre cómo los creyentes creen o entienden a otros creyentes. Hasta que Jesús se le apareció a Tomás, había una división entre los discípulos. Irónicamente, fue una división provocada por el propio Cristo, al revelarse en distintos momentos. Sin embargo, fue una división que Jesús corrigió cuando volvió una semana después.
Hoy no estamos en la misma situación que los primeros discípulos. Para nosotros, el evangelio ya ha sido revelado completamente. Cristo está exaltado a la diestra de Dios, el Espíritu ha sido derramado, y el Nuevo Testamento ha sido completado. Por eso, esa división transicional no se repite hoy.
Pero lo que sí se repite son situaciones en la vida de la iglesia en las que un miembro o grupo entiende algo antes que otros. Esta comprensión puede ser una doctrina, una decisión ministerial o un caso de disciplina eclesiástica.
Como corredores en una misma carrera, algunos pueden ver diferentes partes del recorrido. En estos casos, pueden surgir divisiones dolorosas. Pero, a diferencia de la división provocada por Cristo en aquellos días, estas divisiones no son Su intención final.
¿O sí?
¿Podría ser que Dios permita divisiones temporales en la iglesia para enseñarnos a escucharnos unos a otros? ¿Podría ser que distintas iglesias o creyentes tengan diferentes grados de comprensión teológica o sabiduría práctica? ¿Y que Dios desea que no solo vivamos en paz, sino que aprendamos a hacer la paz?
De hecho, si escuchamos a la Biblia, vemos que no solo estamos en paz con Dios (Romanos 5:1) y con los demás (Efesios 4:1–3), sino que también estamos llamados a ser pacificadores (Mateo 5:9). Y los pastores deben liderar en esta tarea de pacificación.
3. El pastor debe ser un pacificador
El rol principal del pastor es estudiar la Palabra de Dios y alimentar al rebaño con ella. Debe orar por las personas y acompañarlas en sus necesidades. Pero también, debe hacer la paz entre el pueblo de Dios, basándose en la Palabra y en la oración.
Esa pacificación incluye exponer correctamente la verdad de Dios, pero también interpretar sabiamente situaciones dentro de la iglesia, ayudando a la congregación a caminar unida. Esto requiere paciencia, gentileza y mucha disposición para escuchar antes de hablar o decidir.
Un ejemplo claro de esta pacificación es el proceso de disciplina en Mateo 18. Jesús instruye que el pecado se aborde en círculos concéntricos: primero individualmente, luego con testigos (quizás ancianos), y luego ante toda la iglesia. Si el hermano se arrepiente temprano, no es necesario involucrar a todos. Pero si persiste en su pecado, la información debe difundirse para que la iglesia responda sabiamente.
En este proceso, los pastores sabios irán despacio. Saber cuándo “ampliar el círculo” requiere sabiduría divina, no humana (Santiago 3:13–18).
Decisiones apresuradas deben evitarse, porque la información llega gradualmente. Así como una mala interpretación bíblica surge de un conocimiento incompleto, también ocurre con decisiones apresuradas.
4. Los pastores deben modelar una pacificación paciente
Nuestra era de reacciones instantáneas nos empuja a decidir rápido. Pero los caminos de Dios son más lentos. La Escritura describe a los líderes como pastores que caminan lentamente, no ejecutivos apresurados. De hecho, Santiago 3:17–18 (NBLA) dice:
“Pero la sabiduría de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, condescendiente, llena de misericordia y de buenos frutos, sin vacilación, sin hipocresía. Y la semilla cuyo fruto es la justicia se siembra en paz por aquellos que hacen la paz.”
Esa sabiduría no viene del mundo. Pero es la única que produce una cosecha de justicia.
Para que una iglesia crezca en paz, necesita líderes dispuestos a ir despacio, escuchar, aprender y hablar solo cuando tengan toda la información. Las situaciones difíciles requieren tiempo, y los pastores sabios no se precipitan.
Imaginen si los discípulos hubieran rechazado a Tomás por su “incredulidad” durante esa semana. No solo se habría perdido el regreso de Cristo al Aposento Alto, sino que nosotros habríamos perdido su gloriosa confesión: “¡Señor mío y Dios mío!” (Juan 20:28, NBLA).
Tomás no fue rechazado apresuradamente—y eso fue algo bueno
Gracias a Dios que Tomás no fue expulsado del grupo apresuradamente. Su testimonio da evidencia de la resurrección de Cristo y del modo en que Cristo trae paz entre Su pueblo. Que nosotros, como pastores, aprendamos a hacer la paz de la misma manera.
Que hablemos con calma y escuchemos con cuidado, para que muchas almas sean preservadas por iglesias que practican la pacificación paciente.