¿Cómo debo predicar en el funeral de un no creyente?
Sé que suena extraño decir que disfruto más los funerales que las bodas, pero así es, porque la gente está más atenta.
Cuando predicamos en el funeral de alguien que fue un miembro fiel de nuestra iglesia, cuya vida fue un testimonio de su fe en Cristo, eso es una ocasión gozosa y gloriosa. Sé que suena extraño decir que disfruto más los funerales que las bodas, pero es cierto, porque la gente está más enfocada. En un funeral, tienes la oportunidad de predicarle a una audiencia nueva, personas que normalmente no asistirían a tu iglesia. En una boda, sin embargo, todos están concentrados en otras cosas. Usualmente, aunque prediques el evangelio —créeme—, nadie está realmente escuchando. Pero en un funeral, sí están escuchando.
Cuando predicas en el funeral de un creyente, es algo relativamente sencillo. Hablas de su fe y das ejemplos de su vida. Pero, ¿qué pasa cuando no estás tan seguro? ¿Qué pasa cuando predicas en el funeral de una persona cuyo nombre quizá aparecía en el registro de tu iglesia, o en el de otra, pero tienes serias dudas de que fuera un seguidor de Cristo? Bueno, permíteme darte algunos consejos.
Primero que todo, no conoces la condición espiritual de nadie. Estoy convencido de que en el cielo habrá dos grandes sorpresas: una, quién está allí; y dos, quién no. Habrá personas que pensabas con certeza que eran salvas, pero serán precisamente aquellas de quienes Jesús dijo: “Apártense de mí, hacedores de maldad, nunca los conocí”, aunque aquí en la tierra decían: “Señor, Señor”. Pero también estarán los obreros de última hora, el ladrón en la cruz, la persona que hizo una confesión en su lecho de muerte de la que nadie se enteró, o a quien Dios trajo algo a la memoria y confió en Cristo de una manera que tú desconocías.
Realmente no puedes hablar con certeza de la condición eterna de alguien, y ciertamente no deberías declarar que está condenado en el infierno. No creo que eso sea útil ni reconfortante para la familia, incluso si fuera cierto. Primero, porque no lo sabes. Y segundo, porque no ayuda a los que están vivos.
Lo que me gusta hacer en cualquier funeral es seguir cierto patrón. En casi todos los funerales que predicas, alguien amaba a esa persona, y puedes celebrar la vida de alguien que fue amado por los que lo rodeaban. Normalmente, se sigue un esquema en cuatro pasos:
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Era una buena persona. Y lo dices en el sentido más humano de la palabra.
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Trabajaba duro. Fuera cual fuera su oficio, la gente suele alabar su labor.
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Amaba a su familia. En la mayoría de los funerales, verás a la gente llorando; eso da testimonio de que hubo afecto y amor entre el difunto —por más defectos que haya tenido— y su familia.
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Tenía alguna afición o interés. Casi siempre hay algún comentario sobre un pasatiempo, un deporte, algo que lo apasionaba. Amaba el baloncesto de Kentucky o la pesca, algo así.
Supongamos que esta persona hizo una profesión de fe y fue bautizada en una iglesia, pero tienes la sospecha de que realmente no era un seguidor de Cristo porque no ha ido a la iglesia en 20 años o más. Esto es lo mejor que puedes decir:
“Fue testimonio de Jim Bob que había confiado en Cristo, y lo expresó públicamente a través del bautismo.”
Eso es lo máximo que puedes decir, y en realidad, es todo lo que necesitas decir. Fue su testimonio que había confiado en Cristo. Luego haces la transición al evangelio. Yo lo hago diciendo algo como:
“Mientras estamos aquí reunidos para consolarnos en nuestro dolor y rendir homenaje final, es un recordatorio de que un día habrá un servicio como este para cada uno de nosotros, y debemos estar preparados. La Escritura nos dice cómo prepararnos para la muerte.”
Y a partir de ahí, das paso directo al evangelio, usando el texto que tengas preparado. Debes ser absolutamente claro cuando predicas en un funeral. Nada me desconcierta tanto como asistir a un funeral donde quien lo dirige nunca llega a predicar el evangelio.
Si estás predicando un funeral —predica el funeral. Predica el evangelio. Todos debemos estar preparados. Comparte tu texto bíblico y presenta el plan de salvación. Explica qué deben hacer, qué necesitan saber sobre la muerte, sepultura y resurrección de Jesús. Diles que deben arrepentirse, poner su fe en Cristo y clamar a Él. Luego invítalos a hacerlo ahí mismo. Al cerrar el servicio, invítalos en silencio, desde donde están sentados, a clamar al Señor con arrepentimiento y fe.
Ahora, si la persona no tenía ningún testimonio de fe, es casi lo mismo. Solo omites la parte sobre su testimonio, y luego hablas de los aspectos celebrables de su vida —por lo general, la familia compartirá contigo los detalles importantes sobre la persona.
Me encanta predicar sobre el texto del ladrón en la cruz. Probablemente sea mi pasaje favorito para un funeral, y hablo de lo que Jesús dijo sobre lo que hay más allá de la muerte: “Hoy estarás conmigo en el paraíso.” Es un gran texto evangelístico. Muestra que hay conciencia personal después de la muerte: “Estarás conmigo”. Jesús está allí. Las cuatro palabras más reconfortantes de la Biblia son: “conmigo en el paraíso.” El ladrón en la cruz, en su humildad, reconoció quién era Jesús, que era el Rey, que se sentaría en un trono. Jesús vio su fe y la contó por justicia. Nada muestra la soberanía de Dios como arrebatar a alguien de las puertas mismas del infierno y llevárselo al cielo. Jesús hizo eso.
Tú solo predica el evangelio de esa forma e invita a los oyentes a arrepentirse y a creer. Invítalos a confiar en Cristo.
Tal vez pienses que nadie escucha realmente en un funeral, pero sí lo hacen. Están enfrentando la muerte. Están enfrentando la realidad de la muerte. Prediqué el funeral de una joven hace años. Ella trabajaba en un hospital en Lexington, Kentucky, y fue, en ese momento, el funeral más concurrido que había predicado. Te digo que, durante años después de ese funeral, doctores y enfermeras de ese hospital se me acercaban y me decían:
“Necesito decirle que confié en Cristo en el funeral de Phyllis Underwood. Nunca lo olvidaré.”
Dios usa el evangelio. El evangelio tiene poder. Así que asegúrate de ser claro y directo al presentar el evangelio, al decirle a la gente cómo poner su fe en Cristo, qué deben hacer si realmente confían en Él. Y deja que el Espíritu Santo haga su obra. No hay nada más importante que predicar el evangelio. Y cuando predicas en un funeral, estás teniendo acceso a muchísimas personas que nunca pondrían un pie en tu iglesia, pero estarán allí en ese funeral. Esa es tu oportunidad de oro para compartir el evangelio y ver al Espíritu Santo y a la Palabra obrar con poder.
Cuando haces esto, estás pastoreando bien.