El artículo está extraído de Reading the Psalms as Scripture de James M. Hamilton Jr. y Matthew Damico (Lexham Press, 2024).

Si escuchas atentamente una gran obra de arte como Los Miserables—especialmente si escuchas repetidamente—comenzarás a discernir la relación de las partes con el todo. Temas líricos y melódicos aparecen y reaparecen, y cada escucha subsiguiente revela aún más coherencia. No hay líneas insignificantes, sino que todas contribuyen al relato que se está contando. El Salterio, los ciento cincuenta salmos en el canon cristiano, debe leerse como un libro. Es decir, no debemos leer estos ciento cincuenta salmos meramente como ciento cincuenta composiciones separadas que no tienen nada que ver entre sí. No leeríamos los versos de una canción de esa manera, no leeríamos los capítulos de un libro de esa manera, ni escucharíamos las canciones de un musical de esa manera. El libro de los Salmos es un musical literario, y varias características del libro demuestran que los salmos individuales han sido arreglados estratégicamente para crear un movimiento impresionista de pensamiento. Una de las alegrías del estudio bíblico es encontrar las pistas dejadas por los autores, pistas que nos dan indicios para resolver el misterio. ¿Hay migajas en el camino si sabemos qué buscar?

Queremos sugerir que ciertas características del Salterio fueron dejadas deliberadamente para ayudarnos a encontrar el camino, y estas características incluyen las doxologías al final de cada uno de los Cinco Libros del Salterio, la manera en que cada libro comienza con un autor diferente en la superscripción, el arreglo y la distribución de las superscripciones a lo largo del Salterio, y las palabras de enlace entre salmos individuales que crean una sensación coherente y cohesiva a medida que pasamos de un salmo al siguiente. Además, los Salmos 1 y 2 funcionan como una obertura inspirada, introduciendo todo el libro y sus grandes ideas. Entender cómo funcionan juntas estas características es como notar las maneras en que melodías y ritmos repetidos enlazan los números en un musical. El artista obviamente pretendió crear las repeticiones, y una vez que las vemos u oímos, comenzamos a pensar en lo que están destinadas a comunicarnos.

¿Qué misterio se está resolviendo? ¿A qué solución apuntan las pistas? Los salmos estaban destinados a ser leídos sobre el fondo de las Escrituras anteriores, que cuentan la verdadera historia de cómo la imagen y semejanza de Dios, el primer hombre y la primera mujer, se rebelaron contra Él y transgredieron su mandamiento, trayendo el pecado y la muerte al mundo puro de vida de Dios. Sin embargo, Dios pronunció palabras de juicio sobre la serpiente en Génesis 3:15 que prometieron una descendencia de la mujer, y en esa promesa hay la sugerencia de que el pecado y la muerte serán vencidos, de que

lo contaminado será hecho puro, de que Dios cumplirá sus propósitos. Jesús es el cumplimiento de la promesa de la descendencia de la mujer, y el Salterio anticipa pervasivamente su venida de las mismas maneras que lo hacen los otros libros del Antiguo Testamento. El Antiguo Testamento, podríamos decir, es un documento mesiánico, escrito desde una perspectiva mesiánica, para sostener y provocar una esperanza mesiánica. Leído como un libro, esta es la historia cantada en los Salmos.1

Nos volvemos a los indicadores mencionados anteriormente que dan al Salterio una sensación “de libro”. Podemos categorizarlos como “costuras” y “temas”:

LAS COSTURAS

A menudo, los salmos al final y al principio de los Cinco Libros del Salterio se refieren como las “costuras” del Salterio. Lo que encontramos al leer de cerca es que estas costuras no son arbitrarias, sino que indican cambios en la narrativa del Salterio. Cuanto mejor conozcamos el contenido del libro, más sentimos estos cambios a medida que ocurren. ¿Qué pistas contienen estas costuras? Primero están las doxologías al final de cada uno de los cinco libros del Salterio.

Las Doxologías

Tal vez hayas notado que el Salterio está dividido en cinco libros de la siguiente manera:

Libro 1: Salmos 1–41

Libro 2: Salmos 42–72

Libro 3: Salmos 73–89

Libro 4: Salmos 90–106

Libro 5: Salmos 107–150

Todos menos el último terminan con una doxología, y cada doxología está compuesta de al menos cuatro elementos (de alguna manera, el quinto libro se concluye con una doxología que comienza en el Salmo 146 y continúa hasta el Salmo 150). Los cuatro elementos consistentes al final de los Salmos 41, 72, 89 y 106 son declaraciones que (1) bendicen (2) al Señor (3) para siempre (4) amén. Aquí están las declaraciones, con los elementos comunes en negrita:

Salmo 41:13, “Bendito sea el Señor, el Dios de Israel, desde la eternidad hasta la eternidad. ¡Amén y amén!” (NBLA).

Salmo 72:18–19, “Bendito sea el Señor Dios, Dios de Israel, el único que hace maravillas. Y bendito sea por siempre su nombre glorioso; y llene su gloria toda la tierra. ¡Amén y amén!” (NBLA).

Salmo 89:52, “Bendito sea el Señor por los siglos. ¡Amén y amén!” (NBLA).

Salmo 106:48, “Bendito sea el Señor, el Dios de Israel, desde la eternidad hasta la eternidad; y diga todo el pueblo: ‘¡Amén!’ Alaben al Señor” (NBLA).

Que estas doxologías, conteniendo estos elementos comunes, concluyan cada libro del Salterio no puede ser mera coincidencia. Para que esto haya sido un capricho fortuito—aparte de alguien que conscientemente eligiera diseñarlo de esta manera—sería una casualidad demasiado perfecta para ser plausible. Parece mucho más probable que estas doxologías estén como signos de puntuación al final de secciones mayores del Salterio, una conclusión que se hace más probable cuando vemos las otras características que indican que alguien reunió el Salterio de una manera intencional.

Surgan preguntas naturales, como: ¿quién arregló los Salmos de esta manera, y cuándo lo hicieron? A menudo se sugiere, a veces se asume, que un editor posterior agregó estas características a los salmos individuales. Esto puede haber sido el caso, pero los siguientes puntos deben considerarse. Primero, estas doxologías no son posescritos aleatorios agregados, sino componentes esenciales de la estructura literaria de los salmos particulares en los que ocurren. Segundo, el libro de 1 Crónicas proporciona evidencia de que las doxologías han sido parte de los salmos desde el principio. Cuando el autor de Crónicas cita el final del Salmo 106 en 1 Crónicas 16:35–36, incluye la doxología. Esto indica que la forma del Salmo 106 conocida por el Cronista incluía la doxología. Tercero, los salmos se atribuyen a los autores nombrados en sus superscripciones (algunas de las cuales, verás a continuación, forman la segunda característica significativa de estas “costuras”) tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento y por el mismo Señor Jesús (ver, p. ej., 2 Cr 29:30; Hch 2:25; Mc 12:36–37).

Nuestra hipótesis de trabajo es que David inició este proceso de organizar el Salterio en una colección intencionalmente arreglada, y porque hay salmos que parecen venir después de la vida de David, parece que personas que vinieron después de David lo completaron. Para que el Salterio fuera recibido en el canon de las Escrituras por la comunidad creyente, sin embargo, quienquiera que lo pusiera en su forma canónica probablemente fue reconocido por esa comunidad como teniendo autoridad profética. En otras palabras, para que la comunidad creyente recibiera un libro como Escritura, la persona(s) responsable(s) de ese libro necesitarían estar inspirada(s) por el Espíritu Santo. Sin tal autoridad divina, es improbable que el Salterio hubiera sido reconocido como Escritura por aquellos que entendían las Escrituras como la palabra de Dios. Tal vez alguien como Esdras fue responsable de la forma canónica final del Salterio.

¿Cómo podría haber desarrollado este proceso? Si David comenzó la historia impresionista vista en el libro de los Salmos, es concebible que él mismo hubiera escrito Salmos que intencionalmente contuvieran estas doxologías comunes. Los salmos al final de los Libros 1 y 2, Salmos 41 y 72, son ambos davídicos: el Salmo 41 nombra a David en la superscripción, y el Salmo 72 concluye con una referencia al final de las oraciones de David. Como se notó arriba, el último salmo en el Libro 4, Salmo 106, se cita con su doxología en 1 Crónicas 16:35–36, y 1 Crónicas 16:7 asocia el material allí con David: “en aquel día David ordenó por primera vez que se diera gracias al Señor por medio de Asaf y sus hermanos” (NBLA). La explicación preferida aquí sostiene que David esbozó la superestructura del Salterio, y que el autor del último salmo en el Libro 3, Salmo 89, entendió lo que David estaba haciendo, compuso el Salmo 89 para funcionar como lo hace en el Salterio, notó las doxologías al final de los Libros 1, 2 y 4, y entendió que necesitaba incluir tal doxología al final del salmo que estaba componiendo para el final del Libro 3. Ya sea que el proceso funcionara precisamente de esta manera o de otra, la historia de la interpretación ha atribuido abrumadoramente el Salterio a David. También manteneríamos que aquellos que se unieron al trabajo en el Salterio con David habrían entendido lo que él estaba haciendo, estarían de acuerdo con ello y habrían sido inspirados por el mismo Espíritu de Dios mientras llevaban la obra a su cumplimiento.

Un Nuevo Autor al Principio de Cada Libro

Además de las doxologías al final de cada libro, encontramos cambios en la atribución de autoría al inicio del siguiente libro. Tales cambios deberían captar nuestra atención.

Al principio del Libro 1, encontramos dos Salmos no atribuidos. Ni el Salmo 1 ni el Salmo 2 tiene una superscripción que lo atribuya a un autor particular. Luego, desde el Salmo 3 en adelante, cada salmo en el Libro 1 excepto los Salmos 10 y 33 tienen superscripciones que nombran a David. Esto significa que treinta y siete de los cuarenta y uno salmos del Libro 1 tienen superscripciones que los atribuyen a David, y David es la única persona a la que se atribuyen los salmos del Libro 1.

El carácter fuertemente davídico del Libro 1 hace que la atribución del Salmo 42—el primer salmo en el Libro 2—a “los hijos de Coré” sea aún más llamativa. El Salmo 43 carece de superscripción, pero después de eso, los Salmos 44–49 se atribuyen todos a “los hijos de Coré”. El Salmo 50 se atribuye entonces a Asaf, antes de un regreso a David en los Salmos 51–65. Las superscripciones de los Salmos 66 y 67 no nombran autor, luego 68–70 tienen a David de nuevo. El Salmo 71 no tiene superscripción. El salmo final en el Libro 2, Salmo 72, lleva la superscripción “De Salomón”, lo que podría indicar que Salomón escribió el salmo. Porque el Salmo 72 ora por “el hijo real” (Sal 72:1), sin embargo, y porque las últimas palabras del salmo dicen, “Han terminado las oraciones de David, hijo de Isaí” (72:20, NBLA), también podría ser el caso de que David escribiera el Salmo 72. Si David escribió el Salmo 72, la superscripción podría indicar que el salmo es una oración por Salomón. En el Libro 2, siete de los treinta y uno salmos se atribuyen a “los hijos de Coré”, y dieciocho de los treinta y uno nombran a David en su superscripción.

Al principio del Libro 3, en el Salmo 73, una vez más comenzamos con un autor diferente, esta vez Asaf, a quien se atribuyen los Salmos 73–83. Los hijos de Coré reaparecen en las superscripciones de los Salmos 84–85 y 87–88, luego el Salmo 89 se atribuye a Etán el ezraíta. Después de cincuenta y cinco de los primeros setenta y dos salmos (Libros 1 y 2) que tenían el nombre de David en sus superscripciones, el único salmo atribuido a David en el Libro 3 es el Salmo 86. Más sobre esto a continuación, ya que aquí continuamos nuestro enfoque en las costuras.

Otro nuevo autor aparece al principio del Libro 4, donde encontramos el único salmo en el Salterio atribuido a Moisés, Salmo 90, que lleva la superscripción, “Oración de Moisés, el hombre de Dios” (NBLA). De los diecisiete salmos en el Libro 4, después del atribuido a Moisés (Sal 90), dos se atribuyen a David (Salmos 101, 103), y los otros catorce no nombran autor.

Para resumir: El Libro 1 se abrió anónimamente; el Libro 2 comenzó con salmos de los hijos de Coré; el Libro 3 con Salmos de Asaf; el Libro 4 con un Salmo de Moisés; y cuando llegamos al primer Salmo del Libro 5, Salmo 107, nos encontramos de nuevo con un salmo no atribuido. De los cuarenta y cuatro salmos en el Libro 5, quince se atribuyen a David y uno a Salomón (127). Los otros veintiocho salmos en el Libro 5 no nombran autor. Para todo el Salterio, setenta y tres de los ciento cincuenta salmos nombran a David en su superscripción.

Cada nuevo libro del Salterio, entonces, comienza con un autor diferente. Para decirlo de otra manera, ningún Libro sucesivo del Salterio comienza con el mismo autor. Esto no parece una coincidencia, sino un patrón consistente que resulta de la elección consciente de un diseñador. Y una vez más es concebible que David iniciara este patrón en los Libros 1 y 2, con otros que entendieron la arquitectura que él había enmarcado completando el proyecto.

Los cinco Libros de los Salmos concluyen con doxologías similares, y las doxologías al final de cada libro se complementan con un cambio en la atribución autoral cuando comienza el siguiente Libro.

LOS TEMAS

Las pistas que indican la naturaleza de libro del Salterio no se limitan a sus divisiones de capítulos, sino que están ocultas en el contenido de los salmos mismos. Miramos a las superscripciones, el vocabulario común y los dos primeros salmos para más evidencia.

El Arreglo y Distribución de las Superscripciones

Vimos arriba que los Libros 1 y 2 son fuertemente davídicos, con David nombrado en las superscripciones de cincuenta y cinco de los primeros setenta y dos salmos. Algunos de los salmos tienen superscripciones que incluyen información histórica que puede vincularse a narrativas bíblicas, como la declaración en la superscripción del Salmo 3, “Salmo de David, cuando huía de delante de Absalón, su hijo” (NBLA). Un lector casual del libro de los Salmos podría tener la sensación de que estas superscripciones históricas ocurren regularmente a lo largo del Salterio, pero cuando tomamos nota de dónde aparecen realmente, encontramos que solo hay trece superscripciones que llevan tal información, con doce de estas apareciendo en los Libros 1 y 2. La última está en el Libro 5 (Sal 144).

Considera las siguientes tres piezas de información:

Primero, la gran mayoría de los salmos atribuidos a David, cincuenta y cinco de los setenta y tres para ser precisos, están en los Libros 1 y 2. Esto significa que solo dieciocho salmos se atribuyen a David en todos los Libros 3, 4 y 5 (uno en el Libro 3, dos en el Libro 4, y los últimos quince en el Libro 5). La mayoría de los salmos atribuidos a David, por lo tanto, están en los Libros 1 y 2.

Segundo, todas menos una (12 de las 13) de las superscripciones históricas que nos permiten vincular un salmo a lo que sabemos de la vida de David de las narrativas bíblicas se encuentran igualmente en los Libros 1 y 2. La mayoría de los Salmos de David y todas menos una de las superscripciones históricas están en los Libros 1 y 2 del Salterio.

Cuando estas dos piezas de información se unen a la tercera, que es que las palabras finales del Libro 2 indican que “Han terminado las oraciones de David, hijo de Isaí” (Sal 72:20, NBLA), tenemos la fuerte impresión de que en los Libros 1 y 2 estamos lidiando con la vida del David histórico, y que con la oración por (o de) Salomón en el Salmo 72, nos movemos más allá de David hacia la línea de reyes que descendieron de él.

En este punto, nuestra principal preocupación es la afirmación de que estas características del Salterio apuntan a un arreglo intencional. Consideraremos lo que el arreglo estaba destinado a comunicar a medida que continuamos. Hasta este punto hemos visto señales entre los Libros del Salterio (doxologías y cambios en la autoría) junto con la distribución intencional de las superscripciones. ¿Qué pasa con el material en el cuerpo del libro de los Salmos? ¿Hay evidencia dentro del libro de los Salmos de que están destinados a ser leídos juntos?

Palabras de Enlace Conectando Salmos Individuales

De 2003–2006 mi esposa y yo (Hamilton) vivimos en Nassau Bay, Texas, lo que menciono porque recuerdo la experiencia de trabajar cuidadosamente a través del libro de los Salmos en hebreo por primera vez cuando vivíamos en esa casa. Trabajaba a través del hebreo de un salmo, buscando las palabras que no conocía, uniendo gramaticalmente las frases, avanzando lentamente hasta que pudiera leer el hebreo con comprensión. Ahora se puede encontrar audio de la Biblia hebrea en línea, pero yo había conseguido un conjunto de CD que proporcionaba la Biblia hebrea en audio. Una vez que había trabajado a través del Salmo 1 en hebreo, lo escuchaba a velocidad varias veces—siguiendo con mi Biblia hebrea abierta—antes de proceder al Salmo 2. Después de trabajar a través del siguiente salmo, escuchaba los Salmos 1 y 2 juntos, continuando de esta manera hasta que había trabajado a través del Libro 1 del Salterio, a menudo escuchando desde el Salmo 1 y continuando a través de tantos salmos como tenía tiempo para escuchar en una sentada.

Esta experiencia creó en mí la fuerte impresión de que aunque estaba leyendo salmos distintos en secuencia, estos salmos estaban conectados en formas profundas y profundas. A medida que pasaban los años, aprendí que los eruditos estaban cuantificando y demostrando la impresión que había recibido al apuntar a las palabras de enlace y varios tipos de conexiones entre salmos a lo largo del Salterio. Aunque aquí voy a señalar palabras de enlace, las conexiones no se limitan a términos repetidos, sino que se extienden a frases, a partes del discurso, a construcciones gramaticales, a palabras construidas de consonantes similares, estructuras literarias más amplias, y a menudo la interconexión también es temática.2 Para un intento de rastrear los puntos de conexión entre salmos a lo largo del Salterio, remitimos a los lectores a los comentarios de Hossfeld y Zenger y Hamilton.3 Para esta discusión simplemente señalaremos algunas de las conexiones entre los Salmos 2–6, volviéndonos a las conexiones entre los Salmos 1–2 en la sección siguiente.

El que se sienta en los cielos declara en el Salmo 2:6, “Yo, por mi parte, he puesto mi Rey en Sion, mi monte santo” (NBLA). Aquellos familiarizados con la historia de la Biblia naturalmente piensan en la elección de Dios de Jerusalén como el lugar donde se construiría el templo, donde Salomón también construiría su palacio. El monte del templo era algo así como un punto de conexión entre el cielo y la tierra, como se atestigua cuando la gloria de Dios llenó el templo en su dedicación (1 Reyes 8:10–11). En el resto del Salmo 2, el Ungido del Señor (Sal 2:2) proclama el decreto del Señor en 2 Samuel 7 (2:7–9)—“Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy” (NBLA), continuando con las naciones prometidas a este Hijo, quien las quebrará con vara de hierro—luego advierte a los rebeldes que se arrepientan y se sometan al rey de Dios (2:10–12, ver 2:1–3).

Leído en secuencia con el Salmo 2, las dificultades que David enfrenta de Absalón en el Salmo 3 se entienden como resultantes de la trama vana de las naciones enfurecidas descritas en 2:1–3. Y cuando la misma frase vista en 2:6, “monte santo”, aparece en la afirmación de David en 3:4, “Él me respondió desde su monte santo” (NBLA), el mensaje de los dos salmos se fusiona aún más: Absalón es un ejemplo del tipo de rebelde advertido por el Salmo 2, y la promesa de Dios a David en 2:5–9 forma la base del apelación de David en el Salmo 3. Cuando Dios responde a David en el Salmo 3, le responde desde el mismo lugar donde él mismo había sido establecido como rey. David no había construido el templo en Jerusalén, pero su traída del arca a la ciudad (2 Sam 6) inmediatamente siguió a su establecimiento como rey sobre Israel y Judá (2 Sam 5).

El mensaje del Salmo 2 da forma a nuestra comprensión del Salmo 3 tanto en nuestra interpretación de Absalón y su rebelión como de David y su oración por liberación. Vemos de esto que la apelación de David se basa firmemente en la promesa de Dios, y el estatus de David como rey, como el ungido del Señor, está en el centro de este tipo de lectura del Salmo 3.

Otro punto de cohesión entre los Salmos 2 y 3 viene a través del uso de sinónimos para la palabra “hijo” en 2:12 y la superscripción del Salmo 3. El Salmo 2:12 exhorta a los rebeldes a someterse al rey de Dios (Sal 2:6), su ungido (2:2), a quien ha identificado como su Hijo (2:7): “Besad al Hijo…” (NBLA). Esta declaración usa el término bar, un término arameo para “hijo”. En el siguiente versículo del libro, en la superscripción del Salmo 3, encontramos que este salmo se establece cuando David “huía de delante de Absalón su hijo” (NBLA). La superscripción del Salmo 3, sin embargo, usa el término hebreo más típico ben para “hijo”.

Los términos sinónimos pero distintos se unen con el mensaje más amplio de los Salmos 2–3 para comunicar que aunque Absalón era descendiente físico de David, no es la descendencia de la promesa. Es el hijo biológico de David, pero su rebelión lo muestra como descendencia de la serpiente y, en ese sentido, no hijo de su padre David.

La siguiente superscripción con información histórica viene en el Salmo 7, pero la similitud de vocabulario y tema en los Salmos 3–6 indica que la superscripción del Salmo 3 continúa informando a los que siguen. Por ejemplo, aunque se usan dos términos ingleses diferentes en 3:4, “Clamé”, y 4:1, “cuando clamo”, el mismo verbo hebreo aparece en esos dos lugares. Esto significa que “clamar” y “responder” aparecen en ambos 3:4 y 4:1 (ver 4:3 para otra instancia de “clamar”), y en ambos salmos David habla de “acostarse” y “dormir” (3:5; 4:8). A la vista de la superscripción del Salmo 3, la noche de peligro parece la que Ahitofel quería buscar y masacrar a David (2 Sam 17:1–4), pero por causa de las oraciones de David (2 Sam 15:31; Salmos 3–4) y los propósitos de Dios (2 Sam 17:14; Sal 2:6), David sobrevivió esa noche para alabar a Dios “en la mañana” (Sal 5:3). Aquellos que “traman en vano” (Sal 2:1) “aman palabras vanas y buscan la mentira” (4:2, NBLA). La rebelión contra Yahvé es vanidad. Afirmar que él, o su rey, puede ser derrocado es mentir. De hecho, como David confiesa al Señor, “Tú destruyes a los que hablan mentiras” (5:6, NBLA). Los mentirosos en vista son claramente aquellos que se oponen a David, y por lo tanto a Yahvé. Estos mentirosos son aquellos que son “hacedores de maldad” (5:5, NBLA), y la NVI traduce la misma frase hebrea como “hacedores de mal” en el siguiente Salmo (6:8). David está igualmente confiado en ambos Salmos 5 y 6 de que el “amor leal” de Dios resultará en su salvación (Sal 5:7; 6:4).

Podríamos continuar de esta manera, pero lo que hemos visto es suficiente para hacer las siguientes afirmaciones: la interconexión de los Salmos 3–6 sugiere que la adversidad que motiva estas oraciones es la causada por la revuelta de Absalón, articulada en la superscripción del Salmo 3. Las apelaciones de David en estos salmos se basan en las promesas restablecidas en el Salmo 2. Aquellos opuestos a David están igualmente definidos y caracterizados por el Salmo 2, y el compromiso de Yahvé de mantener sus promesas a David se ve como un desarrollo de su carácter, su amor leal.

Estas conclusiones surgen no de un salmo individualmente, sino de la manera en que estos salmos se construyen sobre y desarrollan unos a otros, y el rey davídico es claramente el personaje central en el drama que los salmos impresionísticamente representan. Todo esto, por supuesto, se introduce en los Salmos 1 y 2.

Los Salmos 1 y 2 Introducen el Salterio

No esperaríamos que una colección aleatoria de poemas desconectados comunique temas unificados, cuente una historia impresionista o busque comunicar una ideología coherente. Un conjunto de poemas intencionalmente arreglado, seleccionados estratégicamente, por otro lado, uno que tiene señales claras de dónde terminan y comienzan unidades grandes y está profundamente interconectado consigo mismo, podría esperarse que tenga temas prominentes, preocupaciones abarcadoras e ideas grandes recurrentes. El Salterio no es una colección aleatoria de poemas desconectados, sino un conjunto estratégicamente arreglado de piezas cuidadosamente curadas que usan y reutilizan terminología común, tienen señales claras en los puntos de giro de la colección y evidencian flujos de pensamiento discernibles. El Salterio tiene un mensaje que es mayor que la suma de sus partes individuales, y ese mensaje se introduce en los dos primeros salmos. Para volver a nuestra metáfora musical, estos dos salmos funcionan como una obertura de un musical. Si prestas atención a los detalles de la obertura, serás introducido a los temas melódicos que sin duda surgirán repetidamente a lo largo.

El Salmo 2 puede carecer de superscripción, pero Hechos 4:25 atribuye el Salmo 2 a David, y sobre la base de la interconexión pervasiva de los Salmos 1–2, sospechamos que probablemente él escribió ambos (si no lo hizo, alguien que claramente estuvo de acuerdo con su agenda escribió el Salmo 1 como el complemento perfecto al Salmo 2).

Considera la interconexión de los dos salmos: la primera palabra de la primera línea del Salmo 1, “Bienaventurado”, es la primera palabra de la última línea del Salmo 2, “Bienaventurados” (Sal 1:1; 2:12b, NBLA). Mientras que el hombre bienaventurado del Salmo 1 no anda en el “consejo” de los malvados (1:1), los malvados de Salmo 2:1–3 epitomizan el tipo de charla que el hombre bienaventurado se niega a entretener. De hecho, el mismo término usado para describir al hombre bienaventurado meditando en la Torá día y noche en 1:2, se usa para describir a los pueblos tramando en vano en 2:1. Tramar el derrocamiento de Yahvé y su ungido (2:2) es diametralmente opuesto a deleitarse en su Torá (1:2). En el Salmo 1 el hombre bienaventurado se niega a sentarse “en la silla de los escarnecedores” (1:1), y en el Salmo 2 “El que está sentado en los cielos se ríe” de los rebeldes, teniéndolos “en derisión” (2:4, NBLA). Aquellos que se burlan de Yahvé enfrentan el menosprecio todopoderoso.

En el Salmo 1 la meditación en la Torá hace al hombre bienaventurado como un árbol arraigado y regado, dando fruto, no marchitándose, prosperando en todo (Sal 1:1–3). Cuando el Salmo 1 declara que los malvados no son así, sino como el tamo que el viento lleva (1:4), el Salmo 2 especifica que negarse a abrazar la palabra de Yahvé, su Señorío y su Rey (2:1–3) lleva a la ruina. La “congregación de los justos” de Salmo 1:5 es el mismo grupo descrito en la última línea de 2:12, que son “bienaventurados” como “el hombre” de Salmo 1:1–3, “Bienaventurados todos los que en él se refugian” (2:12b, NBLA).

En el Salmo 1 el hombre bienaventurado no se para “en el camino de los pecadores” (Sal 1:1), y “el camino de los impíos perecerá” (1:6). Así también, en el Salmo 2 los rebeldes son advertidos de que deberían someterse al rey de Dios besando al hijo, no sea que su ira se encienda y “perecieran por el camino” (2:12a).

¿Qué podemos decir sobre el mensaje de los Salmos 1 y 2 cuando se leen juntos? Primero una palabra sobre el fondo bíblico más amplio de estos Salmos. La Torá enseña que el rey de Israel debía ser un hombre comprometido con la palabra de Dios:

Cuando se siente en el trono de su reino, él escribirá para sí en un libro una copia de esta ley… y la leerá en ella todos los días de su vida (Dt 17:18–20, NBLA).

Además, como el “hijo de Dios” (2 Sam 7:14; Sal 2:7), el rey era un nuevo Adán representante israelita. Esto significa que el rey, como estudiante de la Torá, debía ser un israelita ejemplar, uno a quien otros israelitas seguirían mientras él seguía a Yahvé.4 Así, el individuo hombre bienaventurado del Salmo 1:1–3, cuyo estilo de vida ha sido imitado por la “congregación de los justos” de 1:6, se identifica como el “ungido” de Yahvé en Salmo 2:2, contra quien las naciones rugen y los pueblos traman en vano en 2:1, pero a quien Yahvé mismo defiende en 2:4–12.

En nuestro juicio las dos grandes ideas son: (1) la palabra de Yahvé y (2) el rey de Yahvé, y cómo las personas responden a estas dos cosas determina todo. Aquellos que se deleitan en la Torá como el hombre bienaventurado (Sal 1:1–3), que se refugian en el hijo ungido de Dios (2:12), serán bendecidos como el hombre bienaventurado (1:1; 2:2, 12). Aquellos que andan en consejo malvado, se paran en el camino de los pecadores, se sientan en la silla de los escarnecedores (1:1), meditando vanamente en un derrocamiento no solo del ungido de Yahvé sino de Yahvé mismo (2:1–3), estos malvados serán quebrados con vara de hierro, y hechos pedazos como vaso de alfarero (2:9). Por fuertes, guapos y astutos que parezcan, por glorioso que sea el cabello de sus cabezas o impresionante sus carros y compañeros (ver 2 Sam 14:25–26; 15:1–6), y por mucho que insistan en que no hay salvación para el rey davídico en Dios (Sal 3:2, ver superscripción del Sal 3), Yahvé se comprometió consigo mismo a David. La misma palabra que hizo el mundo (33:6) hará que la descendencia de David reine para siempre, poniendo a todos sus enemigos bajo sus pies (110:1).

Lo que vemos es que los temas introducidos en los Salmos 1 y 2 forman la espina dorsal temática de todo el Salterio. Aquellos que prestan atención a la obertura están listos para cuando los temas suenen de nuevo.

Conclusión

¿Qué hacemos con esta evidencia de que el Salterio es un libro, y con estas pistas de coherencia dentro del Salterio? Podemos concluir que cuando tomamos el Salterio, estamos tomando una obra maestra, y que el Señor inspiró tal artesanía. Podemos estar confiados en que cuando encontramos las migajas, llevan a un banquete; la lectura cuidadosa será recompensada. Y a medida que dejamos que la estructura y el contenido de los salmos se hundan en nuestras almas, la recompensa será un conocimiento más profundo de Dios mismo y de cómo vivir en su mundo.

A medida que buscamos llevar este libro con nosotros, encontraremos que Dios usará este libro para llevarnos.

¿Cómo lo hace? Profundizando nuestra comprensión de la manera en que la promesa sobre la descendencia de la mujer en Génesis 3:15 fue desarrollada por la bendición de Abraham en Génesis 12:1–3, aumentada por las palabras sobre un futuro rey de la línea de Judá en Génesis 49:8–12, reforzada y tejida juntas en los Oráculos de Balam en Números 22–24, y finalmente, todas estas notas se tocaron en las promesas a David en 2 Samuel 7. En el Salterio, David presenta su propia experiencia, y sin embargo lo hace de maneras que apuntan más allá de la vida de David al que ha de venir. David se entiende a sí mismo como un tipo prefigurador, un presagio del futuro rey de su línea. La descendencia de la mujer, el Señor Jesús, quien vencerá el pecado y la muerte y reabrirá el camino a la presencia de Dios.

Nos unimos a la oración por él encontrada en Salmo 72:17, “Sea su nombre eterno; mientras dure el sol, continúe su fama. Sean benditas las personas en él, y todas las naciones lo llamen bienaventurado” (NBLA).