Los niños pueden ser molestos. Podemos sentir la tentación de pensar que nacieron para irritar a los adultos. Parece que los breves momentos de ternura que demuestran son lo único que impide que los adultos los manden a una isla propia, donde puedan pasar sus días molestándose entre ellos hasta llegar a la escena culminante de El Señor de las Moscas.

Pero hay un problema con esa afirmación. La molestia no es un atributo que alguien pueda poseer; es una respuesta que nosotros tenemos. Los niños no son tan molestos como que los adultos se molestan. En lo más profundo, lo sabemos, a pesar de cómo normalmente expresamos nuestra molestia: “Eres tan molesto” o “Esas personas me están molestando”. En verdad, deberíamos decir: “Estoy molesto”. La molestia es nuestra respuesta a circunstancias que no nos agradan.

Podemos pensar en la molestia como una forma silenciosa de ira. La ira es el sentimiento de estar “en contra” de algo que percibimos como una ofensa. La molestia es una versión de esto: sentir aversión hacia alguien que no se ajusta a nuestro estándar para él o ella.

Los adultos encuentran molestos a los niños principalmente porque estos no se ajustan a sus estándares de decencia. Los niños son más ruidosos de lo que deberían, más desordenados de lo que deberían, huelen peor de lo que deberían. Todo esto molesta a los adultos, que por lo general hacen un mejor trabajo cumpliendo con esas expectativas. Pero la molestia no se limita a las interacciones entre adultos y niños.

LO QUE DICE LA BIBLIA
Esta publicación es parte de una serie que intenta mostrar cómo la Escritura ofrece un marco para abordar las diferentes formas en que nuestros corazones responden al mundo, aunque no se mencionen específicamente en la Biblia. La publicación introductoria presentó nuestro principio rector: Dios diseñó a las personas para que respondieran desde el corazón a las situaciones únicas en las que Él las coloca. Así que, nuestra pregunta específica en esta publicación es: ¿cómo debemos entender la molestia como una distorsión de cómo Dios diseñó nuestros corazones para responder?

Lo que encontramos es que el problema con nuestra molestia es el mismo que con nuestra ira. La molestia es un indicador emocional de que estamos juzgando a los demás según el estándar de nuestros propios deseos. Si una persona no nos da lo que esperamos y creemos que debería darnos, nos ponemos en su contra. En el caso de los niños, queremos paz y silencio o un mínimo de humanidad. Cuando no lo conseguimos, nuestra temperatura emocional se eleva.

En el caso de las relaciones entre adultos, los estándares se vuelven más difíciles de identificar. Un profesional molesto con su colega puede estar buscando la cortesía básica de hablar de algo distinto a los logros del colega en cada conversación. Un esposo molesto con su esposa puede querer reconocimiento por sus esfuerzos. Una hija adulta molesta con sus padres puede querer espacio para tomar sus propias decisiones. Todas estas son concepciones personales de lo que los demás deberían estar proporcionando.

Pero, como mencioné antes, el problema con nuestra molestia es el mismo que con nuestra ira. Santiago escribe: “Esto lo saben, mis amados hermanos: todos deben estar listos para escuchar, y ser lentos para hablar y para enojarse; porque la ira del hombre no produce la justicia de Dios. Por lo tanto, desechando toda inmundicia y todo resto de malicia, reciban con humildad la palabra implantada, que es poderosa para salvar sus almas” (Santiago 1:19–21).

La ira impía no produce la justicia de Dios porque aplica algún otro estándar personal de justicia a las personas que nos rodean. Mi colega habla demasiado de sí mismo, y estoy en su contra. Mi esposa no ve cuánto me esfuerzo, y estoy en su contra. Mis padres no me dan el espacio que quiero, y estoy en su contra.

EL ESTÁNDAR DE JUSTICIA DE DIOS
Pero esos no son los estándares de la justicia de Dios. La preferencia personal, no el estándar de Dios, es lo que está en el centro. Incluso cuando logro bautizar mis propios estándares con lenguaje bíblico—mi colega no debería jactarse, mi esposa debería mostrarme respeto, mis padres no deberían provocarme—mi molestia gira en torno a mi propia incomodidad, en lugar de la violación del estándar de Dios o la distorsión de Su carácter.

¿Cuál es la solución? La humildad. Santiago lo expresa como “recibir con mansedumbre la palabra implantada”, lo cual significa que no insistimos en nuestro estándar de cómo deberían ser los demás, sino que nos sometemos a la Biblia, el registro del corazón misericordioso de Dios hacia Su pueblo. Si Dios se molestara tan fácilmente como nosotros, estaríamos en serios problemas.

Pobres niños. Nos molestan tanto. Pero quizás nuestra enseñanza y disciplina serían mucho más efectivas si nuestros estándares estuvieran moldeados por los estándares de Dios, en lugar de nuestras preferencias personales. Tal vez nuestras relaciones con otros adultos se beneficiarían de la misma manera.