En Lucas 14:26, Jesús pronunció unas palabras que sin duda captaron la atención inmediata de sus oyentes, al igual que la nuestra: “Si alguno viene a Mí y no aborrece a su propio padre, madre, mujer, hijos, hermanos y hermanas, y aun hasta su propia vida, no puede ser Mi discípulo”. Palabras impactantes. Palabras que pueden parecernos duras a simple vista. Pero, ¿qué quiso decir?

Jesús argumentó en el texto anterior que muchos que afirman desear comer en el banquete del reino están engañándose a sí mismos. Ahora, mientras grandes multitudes lo seguían, Él se vuelve hacia ellas y las desafía respecto a lo que significa ser su discípulo (cf. Lucas 7:9; Lucas 5:11; Lucas 9:59–60; Lucas 16:13; Lucas 18:29–30).

Aquellos en las multitudes no pueden ser discípulos de Jesús a menos que aborrezcan a los miembros de su familia: padres, madres, esposas (cf. Lucas 14:20), hijos, hermanos y hermanas (cf. Deut. 33:9). La palabra “aborrecer” es hiperbólica e impactante; llama poderosamente nuestra atención. Obviamente, no debemos odiar literalmente a nuestras familias, ya que seguir a Jesús implica amar tanto a Dios como al prójimo (Lucas 10:25–27). Aun así, no es difícil entender el punto de Jesús. Él debe tener dominio absoluto y soberanía sobre la vida de uno; ninguna relación familiar puede tener precedencia sobre el compromiso con Jesús. De hecho, los discípulos deben aborrecer incluso sus propias vidas, lo cual significa, nuevamente, que Jesús debe estar por encima de cualquier otro deseo o consideración (cf. Lucas 9:24; Lucas 17:33).

Lo que Jesús quiso decir queda aclarado en Lucas 14:27: los discípulos deben estar dispuestos a morir, tal como aquellos condenados a la crucifixión llevaban su cruz al lugar de ejecución (cf. Lucas 9:23; Gál. 6:14). Jesús llama a las personas a seguirlo hasta la muerte. La cristología implícita aquí es asombrosa, pues Jesús ciertamente no es un rabino ordinario. El discipulado hacia Jesús nunca termina. ¡Y uno debe estar dispuesto a entregar su vida por causa de Jesús! De esto se desprende claramente que Jesús tiene la misma estatura e identidad que Dios.

La Naturaleza del Discipulado
Aquí se presenta la primera de dos ilustraciones sobre la naturaleza del discipulado. Primero, se contempla el deseo de construir una torre. Cualquier empresario con un mínimo de sentido común calcula el costo para asegurarse de que tiene los fondos necesarios para completar el trabajo. Si uno se apresura a colocar los cimientos y luego se da cuenta de que no tiene fondos para terminar, otros lo ridiculizarán por no haber tenido la previsión necesaria. La sabiduría al construir no termina en comenzar una tarea, sino que debe incluir su finalización. Así también, los discípulos no deben afirmar con entusiasmo que quieren seguir a Jesús sin considerar cuidadosamente su demanda total sobre sus vidas.

La segunda ilustración se refiere a un rey que va a la guerra. Jesús pinta el escenario en el que un rey con diez mil tropas se prepara para enfrentar a otro con veinte mil. En tal situación, el primer rey considera si puede resistir la batalla. Si no puede, envía una delegación antes del inicio de la guerra para conseguir condiciones de paz favorables. El punto de la ilustración para el discipulado es que uno debe considerar de antemano lo que se requiere si se va a ser un discípulo.

¿Estás dispuesto a renunciar a todo?
La aplicación de las dos parábolas se extrae ahora en Lucas 14:33, y lo que se requiere es similar a lo que encontramos en Lucas 14:26–27, aunque expresado en otros términos. Nuevamente, resalta la naturaleza radical de las demandas de Jesús. Las personas deben renunciar a todo lo que tienen para ser discípulos de Jesús. Este requisito no debe tomarse literalmente.

Mujeres adineradas que eran discípulas de Jesús no renunciaron a toda su riqueza, sino que la usaron para apoyar el ministerio de Jesús (Lucas 8:1–3). Juan el Bautista no exigió a los cobradores de impuestos que entregaran sus posesiones, sino que trabajaran con ética (Lucas 3:12–13). Zaqueo no renunció a todo lo que poseía, sino que dio la mitad a los pobres y devolvió cuadruplicado a quienes había extorsionado (Lucas 19:1–10). La madre de Juan Marcos usó su casa grande como lugar de reunión de la iglesia (Hechos 12:12–16). Lo que Jesús requiere, entonces, es una disposición a sacrificar todo por causa de Él. Nada nos pertenece en última instancia; estamos preparados para darlo todo al servicio del Rey, según Él lo considere apropiado.

El dicho sobre la sal es algo misterioso y, a primera vista, puede no parecer relacionado con lo anterior. Aun así, en griego el vínculo es estrecho, como lo evidencia una palabra a menudo traducida como “entonces” o “por lo tanto” (gr. oun). En cualquier caso, tiene más sentido vincular lo que se dice aquí con lo anterior que verlo como una declaración desconectada. La sal es un conservante y realzador de sabor; lo segundo es lo que está en vista aquí, ya que se contempla la posibilidad de que la sal pierda su sabor. Si la sal pierde su sabor, nada puede restaurarlo; es completamente inútil.

Que Jesús diga que la sal no sirve ni para la tierra ni para el montón de estiércol parece extraño, ya que la sal no se usaba para el suelo ni el estiércol de todos modos. Probablemente sea una forma colorida de decir que, en tales casos, la sal se desecha por ser totalmente inútil. Se llama a los oyentes a escuchar con sus oídos, es decir, que disciernan el significado de lo dicho sobre la sal. Los discípulos deben entregarse completamente a Jesús. Si pierden su sabor, si sucumben al egoísmo y al pecado, serán inútiles y enfrentarán el juicio final. Pero conservarán su carácter distintivo en el mundo si ponen a Jesús por encima de todo lo demás, ya sea familia, amigos o finanzas.