La Biblia enseña que la obediencia perfecta a la ley de Dios es obligatoria para la salvación. El problema es que ningún ser humano puede obedecer perfectamente. Por eso necesitamos a Cristo, quien cumplió la ley en nuestro lugar y, mediante su sacrificio, nos ofrece la única forma de ser justificados ante Dios.
La interpretación más probable es que ‘obras de la ley’ se refiere a toda la ley, incluyendo todos los mandamientos y las obras que exige. Pablo enseña que nadie puede ser justificado por la ley porque esta demanda obediencia perfecta, algo que ningún ser humano puede lograr.
La Nueva Perspectiva de Pablo ha cambiado significativamente las discusiones sobre el judaísmo del Segundo Templo. Si bien ofrece ideas valiosas, como su énfasis en la inclusión de los gentiles, no logra abordar completamente la complejidad de la crítica paulina a la ley, que probablemente abarcaba temas como el legalismo, la impotencia humana y la exclusión.
La ley mosaica nunca fue un medio de salvación, sino una respuesta a la gracia de Dios. Desde Génesis hasta el Nuevo Testamento, la salvación ha sido y sigue siendo solo por fe en Dios.
El Pacto Mosaico no fue un pacto legalista. De hecho, la propia estructura del pacto resalta la gracia de Dios. Dios rescató a Israel de la esclavitud antes de darle la ley, mostrando que la salvación fue un acto divino de amor y misericordia, no el resultado de la obediencia humana. La ley no fue el medio de salvación, sino una respuesta a la redención ya recibida. Este mismo principio se refleja en el Nuevo Pacto: la salvación es por gracia, y la obediencia es una respuesta agradecida a esa gracia.
La palabra torah se relaciona principalmente con los mandamientos, enfatizando la obediencia a lo que Dios ha instruido, en particular las leyes dadas a Moisés en el monte Sinaí.
El estudio de la ley es intelectualmente desafiante, teológicamente crucial y prácticamente relevante.
