¿Podría Cristo Haber Pecado?
LO QUE HACÍA IMPOSIBLE QUE PECARA NO ERA SU NATURALEZA DIVINA COMO AGENTE ACTUANTE, SINO EL HECHO DE QUE ÉL ES EL HIJO, EN RELACIÓN CON EL PADRE Y EL ESPÍRITU. COMO HIJO, ÉL HABLA, ACTÚA Y ELIGE, GOZOSA Y VOLUNTARIAMENTE, OBEDECER A SU PADRE EN TODAS LAS COSAS.
¿Podría Cristo Haber Sido Tentado? Y de ser así, ¿Podría Haber Pecado?
Una cuestión teológica crucial en la cristología es: ¿Podría Jesús haber pecado? Esta pregunta no es fácil de responder y, como tal, requiere una reflexión cuidadosa, dado el conjunto de factores involucrados.
Históricamente, la cristología clásica ha sostenido que nuestro Señor Jesucristo experimentó la tentación como nosotros, pero la enfrentó como alguien que no podía pecar. Por ello, se afirma la impecabilidad de Cristo (non posse peccare). En contraste, una opinión minoritaria argumenta que Jesús experimentó la tentación y que, aunque nunca pecó, tenía la capacidad de hacerlo (posse non peccare).
Ambos puntos de vista reconocen que, al abordar esta cuestión, se deben hacer justicia a las siguientes verdades bíblicas:
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Jesús nunca pecó. La Escritura es clara en este punto, por lo que el debate no es si Jesús pecó, sino si pudo haberlo hecho.
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Jesús fue tentado, y sus tentaciones fueron genuinas. Lucas 4:2 dice que Jesús fue tentado en el desierto por el diablo durante cuarenta días. Hebreos 4:15 afirma:
“Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino Uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado.”
Kevin Vanhoozer señala acertadamente que los Evangelios comienzan y terminan con la tentación de Cristo. “El relato de la tentación al comienzo del ministerio de Jesús (Lc. 4:1-13) es un anticipo del mismo sufrimiento activo que marca otra narración de tentación (Lc. 22:39-46), junto con el relato de la pasión, al final.” Debemos afirmar, entonces, la realidad de las tentaciones de Jesús: como el Hijo obediente, desde el inicio de su ministerio hasta la cruz, enfrentó pruebas, tentaciones y sufrimientos por nosotros. Cualquier punto de vista que minimice la realidad de sus tentaciones es inconsistente con la Escritura.
No obstante, debemos añadir una advertencia: aunque debemos afirmar la realidad de las tentaciones de Cristo, no debemos hacerlas idénticas a las nuestras en todos los aspectos. ¿Por qué? Porque, aunque Jesús es semejante a nosotros, también es absolutamente único, y sus tentaciones reflejan esta realidad.
Por ejemplo, Jesús fue tentado a convertir piedras en pan, una tentación que los humanos normales no enfrentamos. Fue tentado a usar sus prerrogativas divinas en lugar de caminar en obediencia, pero eligió vivir en dependencia del Padre para convertirse en nuestro misericordioso y fiel sumo sacerdote (Heb. 2:17-18). Además, enfrentó tentación en Getsemaní, pero no por algo dentro de sí mismo, ya que era perfectamente santo y justo. A diferencia de nosotros en nuestra condición caída, en Cristo no había predisposición al pecado ni amor por él. La tentación que experimentó era única para Él como el Hijo y como nuestro portador del pecado.
Jesús, con razón, retrocedió ante la perspectiva de perder temporalmente su comunión con el Padre. Como hombre, deseaba legítimamente evitar la muerte de esa manera por muchas razones. No debemos negar nunca que las tentaciones de Cristo fueron reales—de hecho, más reales de lo que podríamos imaginar o experimentar—, pero también debemos afirmar que fueron completamente únicas para Él.
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Dios no puede ser tentado por el mal, y Dios no puede pecar. Como dice Santiago 1:13:
“Que nadie diga cuando es tentado: «Soy tentado por Dios»; porque Dios no puede ser tentado por el mal y Él mismo no tienta a nadie.”
Desde estas tres verdades bíblicas, debemos responder la pregunta sobre la impecabilidad o pecabilidad de Cristo. Si (2) se mantiene, parecería que el Hijo, al hacerse hombre, podría haber pecado. Después de todo, según el argumento de la pecabilidad, si Jesús no podía pecar, ¿cómo es verdaderamente como nosotros? Pero dado que la persona de la encarnación es el Hijo divino, ¿no se aplicaría (3) a Él, haciéndolo incapaz de pecar? El desafío, en última instancia, es sostener las tres verdades simultáneamente sin minimizar ninguna de ellas. ¿Cómo podemos hacerlo?
INCAPAZ DE PECAR
Nuestra respuesta es que la posición de la impecabilidad es la mejor. ¿Por qué? Primero, establezcamos la base teológica de esta posición dentro de los parámetros de la cristología clásica y luego ofrezcamos una breve defensa.
Teológicamente, si consideramos a nuestro Señor únicamente como el hombre Cristo Jesús, incluso con una naturaleza humana no caída y sin pecado, aún así, como el primer Adán, habría sido capaz de pecar. En este sentido, podríamos decir que la naturaleza humana no caída de Jesús era pecable.
Pero la identidad de Jesús es más que esto, especialmente cuando consideramos quién es Él en la encarnación. Jesús no es simplemente otro Adán o incluso un Adán mayor empoderado por el Espíritu. Él es el último Adán, la cabeza de la nueva creación, el Hijo divino encarnado. Y como el Hijo, le es imposible pecar o ceder a la tentación, porque Dios no puede pecar.
Detrás de esta afirmación está el hecho de que el pecado es un acto de la persona, no de la naturaleza. Y en el caso de Cristo, Él es la Persona eterna del Hijo. Como señala Donald Macleod:
“Si Él pecara, Dios pecaría. A este nivel, la impecabilidad de Cristo es absoluta. No se basa en su dotación única con el Espíritu, ni en la infalibilidad del propósito redentor de Dios, sino en el hecho de que Él es quien es.”
En última instancia, la explicación de por qué Jesús no podía pecar, al igual que la explicación de cuándo y cómo actúa y sabe, es trinitaria. Lo que hacía imposible que pecara no era su naturaleza divina como agente actuante, sino el hecho de que Él es el Hijo, en relación con el Padre y el Espíritu. Como el Hijo, Él habla, actúa y elige, gozosa y voluntariamente, obedecer a su Padre en todas las cosas.
Herman Bavinck explica bien este principio:
“Él es el Hijo de Dios, el Logos, que estaba en el principio con Dios y que es Dios mismo. Es uno con el Padre y siempre lleva a cabo la voluntad y la obra de su Padre. Para quienes confiesan esto de Cristo, la posibilidad de que Él peque y caiga es impensable.”
De hecho, esta verdad es la que proporciona la base y la garantía de la infalibilidad del plan soberano de Dios, y en última instancia, explica por qué, en Cristo, todos los propósitos de gracia de Dios no pueden fallar. También es la razón por la cual el último Adán es infinitamente superior al primero, y por qué la redención que Él asegura es gloriosamente mejor en todos los sentidos posibles.